La frecuencia normal de las deposiciones varía entre tres veces por semana y tres veces por día. En tanto, se define a la diarrea como la disminución homogénea de la consistencia de las materias fecales independientemente de la periodicidad; aunque, por lo general, está acompañada por una frecuencia de deposiciones que supera las tres veces diarias.
Por otra parte, la existencia de deposiciones liquidas mezcladas con materias de consistencia normal se denomina seudodiarrea y el enfoque diagnóstico y terapéutico es diferente. La diarrea aguda tiene una duración inferior a dos semanas, la subaguda permanece de dos a cuatro semanas, mientras que se considera como crónica a la que dura más de un mes.
La presencia de diarrea se asocia con mayor riesgo de alteraciones hidroelectrolíticas -iones y agua-, confusión, malnutrición, caídas y fracturas -secundarias a hipotensión ortostática por pérdida de líquidos- y hospitalización; además, genera un aumento del riesgo de deshidratación, influido por las alteraciones en la homeostasis hídrica y por el descenso de la sensación de sed que ocurre con el envejecimiento. Asimismo, es habitual que el adulto mayor no admita que padece diarrea crónica; en especial en los casos en que sufre incontinencia fecal. Por lo expuesto hasta el momento, resulta indispensable su diagnóstico precoz y el manejo adecuado.
Causas
Habitualmente, ocurre por causa infecciosa, viral o bacteriana. En los adultos mayores no es frecuente que suceda diarrea por protozoos, pero sí es probable cuando se trata de diarrea subaguda o si hay antecedentes de viajes recientes.
La viral es la causa más usual en los ancianos cuando se trata de diarrea esporádica, y también de brotes epidémicos en la comunidad, hospitalización o residencias; suele ser autolimitada y se resuelve en 24 o 48 horas.
Las diarreas más severas de curso agudo son de origen bacteriano y, en este contexto, sobresale la infecciosa secundaria al Clostridium Difficile (CD) -debido al uso de antibióticos-. En los últimos años, su incidencia se ha duplicado y ha aumentado la morbimortalidad vinculada a ésta al igual que el número de casos resistentes al tratamiento. En los ancianos es aún más relevante porque tiene relación con el envejecimiento poblacional, el mayor uso de antibióticos y la aparición de nuevas cepas genéticamente diferentes y especialmente agresivas.
En estas situaciones, se presenta una diversidad clínica que va desde una infección asintomática o una diarrea leve a moderada -presentación habitual- hasta la presencia de una colitis fulminante -poco frecuente-. El principal factor de riesgo para desarrollar diarrea secundaria a CD es el tratamiento previo con antibióticos; cuanto mayor es la duración del tratamiento antibiótico o de la internación, mayor será el riesgo y podrá suscitarse en cualquier momento del tratamiento e incluso tiempo después de culminado. Asimismo, también existen otros factores: el uso de diuréticos, los antiácidos, la edad avanzada, y la estancia en una unidad de cuidados intensivos (CTI), entre otros. Para realizar el diagnóstico es preciso recurrir a la identificación de toxinas de CD en las heces.
La flora intestinal resulta alterada en el envejecimiento debido a: la comorbilidad -asociación de dos o más enfermedades-, la disminución de la motilidad intestinal, el aumento de la aclorhidria -disminución del pH gástrico-, el uso habitual de antiácidos y antibióticos, y la inmunosenescencia -deterioro de las funciones defensivas-.
Por otro lado, en la diarrea aguda de causa no infecciosa se destacan ciertas reacciones adversas a fármacos -los digitálicos, betabloqueantes, diuréticos, estatinas, antiparkinsonianos y antidepresivos-, el uso de laxantes -suele suceder en ancianos institucionalizados- y antiácidos. En tanto, las causas menos frecuentes son el hipertiroidismo y la diabetes de larga evolución.
Tratamiento
Independientemente de la causa, el tratamiento se basa en la dieta. Durante el primer día de diarrea es conveniente aplicar lo que se denomina como reposo digestivo: consumir sólo líquidos, los cuales no deben contener ni azúcar ni gas. En cuanto a la cantidad, debe ser abundante para poder compensar las pérdidas digestivas y evitar la deshidratación que es más usual en los adultos mayores.
En el correr de los siguientes días de tratamiento, la dieta consistirá en: arroz, polenta, caldo de verdura colado, té, carne magra vacuna o de pollo a la plancha, galletitas de arroz y manzana asada sin cáscara. Si la persona presenta buena evolución y la materia fecal comienza a aumentar de consistencia, entonces se podrán introducir los diferentes alimentos en forma paulatina y de a uno pero teniendo en cuenta que la leche, el azúcar, las frutas y las verduras serán lo último en incorporarse a la dieta.
Publicado: Dr. Arnulfo V. Mateo Mateo
Fuente: www.ir21.com.up
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